El P. JOSÉ BARCELÓ MOREY, un buen hijo de Vicente de Paúl (Sor ROSA MENDOZA, Hija de la Caridad)

P. JOSÉ BARCELÓ MOREY
P. JOSÉ BARCELÓ MOREY

¡Ay, Padres! ¡Qué felices son aquellos que emplean todos los momentos de su vida en el servicio de Dios y se ofrecen a Él de la mejor manera que pueden! (S. V. XI, 253).

Aparte la fe, que siempre suele salir al paso, hemos de decir: ¡Cómo nos duele la partida del P. Barceló! No nos habíamos hecho la idea y es por ello que su ausencia nos entristece. En estos momentos se nos acumulan tantas cosas, tantos recuerdos, tantos gestos de bondad, que hemos de decir también: ¡Gracias Señor por el don de tu hijo sacerdote, que supo encarnar en su vida el carisma de Vicente de Paúl!

Atrás quedaron aquellos años de joven andariego por los rincones de Honduras, tratando de captar las ondas de una radio rudimentaria, desde donde se impartía una catequesis eficaz.

Honduras fue testigo de duros trabajos y de sueños cumplidos. “El Padresito” amó a las gentes y se sintió amado; sembró la buena semilla de Dios en un pueblo que la necesitaba; los frutos estarán escritos en el Libro del Reino, donde ya habrá leído que no fue vana la brega junto al Señor.  El P. Barceló actualizó con su vida lo que años antes profetizaba poéticamente el Padre Vicente Queralt en su Oda a la Provincia:

“Conrearàs les terres en altre temps sembrades

amb llavor catòlica que Espanya amb son trident plantà.

Les valls, muntanyes, els plans i serralades,

carregaran de fruites que seran consagrades, per tu

 al Déu Vivent”.

De Honduras vino a España, pero parte de su corazón se quedó por allí; en sus palabras y escritos siempre hubo un recuerdo para esa tierra donde la Congregación de la Misión ha puesto tanto afán misionero que enorgullece a la Provincia de Barcelona.

Llegaba a Catalunya, como hijo de obediencia, para ocupar el cargo de Director Espiritual de las Hijas de la Caridad de la Provincia Canónica de Barcelona. El Superior  General, P. James W. Richardson, en carta patente del 24 de Agosto de 1978, ofrecía a nuestra Provincia el regalo de un Padre avezado en pastoral y  con un gran amor a la Compañía. Sucedía a nuestro buen Padre Más y, con humildad, escribía su primer saludo a las Hermanas en estos términos:

“¿Qué pueden esperar de mí las Hijas de la Caridad de la Provincia de Barcelona? No lo sé exactamente; no me exijan demasiado; mis posibilidades son muy limitadas y no tengo la experiencia del P. Mas ni la capacidad del apreciado P. Mulet. Mi primera disposición, se lo digo con toda seguridad, es servirles con todas mis fuerza y capacidad y, sobre todo, con la gracia del Señor” 

Y con toda la ilusión sirvió a la Provincia, animándola espiritualmente y siempre atento para acoger y atender a las Hermanas. Tenía clara la idea del servicio que se le pedía y no escatimó esfuerzos para estar en todos los acontecimientos de la Provincia. Fuimos testigos de su alegría al poder compartir con nosotras la celebración de los 200 años de la llegada de la Compañía a España. Puso todo su empeño en visitar archivos y lugares de ancestro vicenciano, para poner a nuestro alcance una buena información sobre las “seis primeras”, sus orígenes, sus virtudes y sus peripecias. 

Fue notoria su  devoción a San Vicente y la adhesión al carisma que inspiró la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad. Estudioso incansable,  siempre anduvo detrás de su historia para sacar de lo viejo algo nuevo. Sus búsquedas no fueron el simple entretenimiento de quien “mata tiempos muertos”; todo lo contrario. Ahí están sus trabajos escritos con piedad, con devoción diría yo, hacia aquellos Padres y Hermanas que dieron buenos frutos por su celo apostólico y caridad.

Amigo de buscar las posibles raíces de San Vicente, viajó con frecuencia a Aragón, visitando Cregenzán y Tamarite de Litera, cámara en mano y entrevistando a quienes pudieran darle algún indicio. De todo daba cuenta en sencillos escritos, tratando de demostrar sus tímidas certezas. 

Los últimos años pasados en su isla natal, no han sido menos fructíferos. Ha seguido siendo un servidor nato como capellán de nuestras comunidades, como animador en los ejercicios espirituales de Valldemossa, donde gozaba con los actos marianos y eucarísticos  que se preparaban en los alrededores de la casa, y como hermano, amigo y confidente de la asociación de exalumnos de Palma que veían en él algo así como su brazo derecho. 

Le vimos preocupado por poner orden y dignificar el  magnífico archivo de la Casa Misión de Palma. En ese rincón del caserón tricentenario ha pasado horas y horas leyendo la historia viva de una Congregación que ha sido foco de fe y cultura entre muchas generaciones.  Horas y horas ha pasado contemplando las pinturas de la iglesia, único ejemplar del barroco en la isla, para hacer, de su bellísima plasticidad, objeto de catequesis a sus visitantes.

P. BARCELÓ - RESTOS MÁRTIR PEDRO BORGUNY
P. BARCELÓ – RESTOS MÁRTIR PEDRO BORGUNY

Sabemos de su empeño para que la Causa de Beatificación de Pedro Borguny saliera adelante. Custodio fiel, como todos los Padres, de los restos del mártir, ha propagado su devoción en las parroquias  y donde ha podido llegar. El retraso de Roma en dar el “nihil obstat” le ha supuesto un gran dolor y así lo ha expresado en varias ocasiones.

“Estoy preocupado –escribía hace un mes en un mail – hay muchas personas que me piden material relativo a Pedro Borguny y no tengo; esto me causa mucho dolor, ¡con el bien que podríamos hacer por medio de este joven! Estoy mayor y cansado”.

De cuando en cuando sacaba su vena musical para ofrecernos alguna pieza relacionada con la vocación vicenciana. Tenía un alto aprecio al canto; así lo expresaba en un escrito de animación a las Hermanas con motivo de la renovación de los votos en 1980:

“En este continuo retornar a Dios, todo se deposita en Él, hasta el cuerpo cansado. Y todo revive, al punto de que el Resucitado se manifiesta en nuestro propio cuerpo; con el cuerpo le cantamos. En nosotros todo vuelve a cantar: ¡Jubílate Deo, jubílate Deo”! 

Muchas veces hemos cantado el himno a San Vicente que es plegaria y lamento al mismo tiempo, donde se invita a tomar conciencia de nuestras posibles perezas en el servicio y a pedir, por intercesión del Santo,  la ayuda necesaria para animar nuestro amor a los pobres:

“Enséñanos a amar, Vicente de Paúl,

Al pobre nuestro hermano como lo amaste tú.

No sabemos sufrir con los que sufren,

rehusamos  llorar con los que lloran,

ignoramos la voz que nos suplica

y la mano que hambrienta nos implora”.

En el trasfondo de este sencillo escrito hay mucha vida compartida con nuestro buen Padre Barceló. Sabemos que es una manera muy pobre de expresar nuestra gratitud a quien durante varios años nos animó, como decía él mismo, “con toda su fuerza y capacidad”. Deseamos que el Señor a quien amó entrañablemente, a quien predicó y repartió con celo apostólico, le haya dicho aquellas palabras que San Vicente deseaba para sus hijos en el momento de la muerte:

“¡Oh que felices serán los que puedan decir a la hora de la muerte aquellas hermosas palabras de Nuestro Señor: Evangelizare pauperibus misit me Dominus ”(XI, 33-34). 

Por la Provincia de Barcelona, Sor Rosa Mendoza

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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