MALLORCA Y SAN VICENTE DE PAÚL

baleares[1]

Rosa Mendoza, Hija de la Caridad

 En esta reflexión que intento presentar, no trato de hacer publicidad turística sobre la isla de Mallorca; su estratégica situación y su tradición acogedora, lo avalan suficientemente. Trato, si,  de situar a San Vicente en el marco de esa región mediterránea, cuyo mar, pudiera ser…, atravesara en su supuesto cautiverio.

 

La presencia de los Padres Paúles en Palma se acerca a los dos siglos; 173 años, recorriendo la isla palmo a palmo, sembrando Palabra de Dios a manos llenas; practicando el celo misionero que les inculcara su Fundador San Vicente de Paúl.

Son muchos los Padres, cuyos nombres perduran en el recuerdo de tantas personas que acudían a “la Santa Misión”, obra ingente llevada a cabo con regularidad temporal y cargada de frutos que sólo Dios sabría contar. Nombres tengo en la memoria. Escritos están en las Crónicas de la Misión, verdaderas historias de los pueblos, algunas de ellas contadas, con tanta vena poética, que merecen ser leídas y reflexionadas. Citarlos a todos alargaría este espacio de reflexión. De la mano de uno de ellos, el P. Vicente Queralt, pude saber de otros muchos.

 

Esos otros muchos, fueron, sin duda, hombres de fe, testigos de “algo más”, cuyas vidas atrajeron vacaciones a la Congregación de la Misión; hijos de Mallorca que han recorrido el mundo con  su palabra, su ejemplo y su ciencia.

La Escuela Apostólica de Palma fue semillero de vocaciones. Allí acudían niños de todos los rincones de la Isla para probar su inquietud vocacional… Unos siguieron engrosando la lista de sus mayores; otros, vislumbraron que no era ese el camino por donde Dios quería conducir sus vidas.

La semilla sembrada en la Escuela Apostólica no quedó ahogada entres espinas… hoy, en muchos rincones de Mallorca, aparecen brotes y frutos de aquella siembra. Ellos son “Los exalumnos de la Misión”, que año tras año se reúnen para expresar su fe, para recordar su paso por la Misión y gozar de una amistad que perdura en el tiempo. Ellos son agentes de pastoral; su formación cristiana recibida en familia y cultivada con  cariño por los Padres Paúles, no tiene la menor intención de esconderse, todo lo contrario.

Vale la pena invertir en Fe, porque los resultados, a lo largo, suelen ser palpables. La vocación cristiana, a la que todos somos llamados, es la riqueza de la Iglesia. En herencia nos ha tocado un buen lote; cabe cultivarlo. Tuve la suerte de estar en el Santuario de Bonany, donde los exalumnos celebraban su Jornada 2009. Fue un gozo compartir con ellos esa “parentela especial” de la gente que seguimos tras las huellas de Vicente de Paúl.

Y fue una ocasión magnífica para hablar con ellos de un joven mallorquín, Pedro Borguny, que cautivó el corazón de San Vicente. En sus correrías por los recovecos de la Casa Misión tuvieron ocasión de saber que allí, en la sacristía, estaban las reliquias del joven palmesano, que dio su vida en Argel por defender la fe de Jesucristo. Reliquias que recibió el Santo en París con inmensa alegría, no dudando calificarle de gran mártir y proponerlo a sus misioneros como ejemplo de valentía y amor a Jesucristo.

 

“No puedo menos de expresaros los sentimientos que Dios me da ante este joven, al que han matado en la ciudad de Argel. Se llamaba pedro Borguny, natural de la isla de Mallorca.

… Esto es ser cristiano; ese es el coraje que hemos de tener para sufrir y morir, si es preciso, por Jesucristo. Pidámosle esta gracia y roguémosle a este santo joven, que la pida para nosotros”. (SV. 1954-55)

 

Ese joven quemado vivo en Argel introduce a San Vicente en la isla de Mallorca, 82 años antes de que llegasen los Padres Paúles a la calle de la Misión.  Y providencialmente, son sus hijos los custodios naturales de las reliquias de Pedro Borguny. En su casa y en la urna que mandara preparar San Vicente, esperan a que la Iglesia diga su palabra y pueda ser glorificada su ofrenda en defensa de la Fe.

 

San Vicente de Paúl y Mallorca… No es un vano título. Evoca el paso de la Familia Vicenciana por el archipiélago Balear. Muy pronto, también, llegarían las Hijas de la Caridad: entre los años 1879 y 1881 se harían cargo del Hospital de la Sangre, de la casa Misericordia y de la Casa Infancia; le seguirían una serie de instituciones benéficas, sanitarias y educativas. Todas ellas están presentes  en el recuerdo y vivencia de muchas personas que por allí han pasado. Son muchas las Hijas de la Caridad que han dejado su huella carismática en las islas. Dejaron y dejan su vida. Legan una herencia espiritual difícil de calibrar, pero que está ahí: la devoción a la Virgen Milagrosa, la sensibilidad por los pobres, el talante sencillo en los centros educativos, la semilla Vicenciana en las generaciones enroladas en JMV y en los educadores de sus centros de enseñanza.

 

En este año en que celebramos la muerte de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac, es preciso celebrar, con mayúscula el regalo de su carisma a este mundo, y en nuestro caso, a las Islas Baleares.

Rosa Mendoza, Hija de la Caridad